Posa tu mano en la herida del pecho atravesado,
toca la muerte del corazón, las angustias abismales,
los amores sin destino, los golpes del alma
que nunca cicatrizan.
Mete tus dedos en las manos taladradas
por el ácido corrosivo de los trabajos duros,
por los cepos injustos, por las siegas sin salario.
Acaricia con la yema de tus dedos
los pies perforados de los emigrantes sin más tierra
que la pegada en sus heridas en cada paso errante.
No tengas miedo de palpar la huella de lanzas y de clavos.
¡Tus dedos sentirán en el fondo de cada herida
un latido del resucitado!
(P. Benjamín González Buelta, S.J.)
EN TODO AMAR Y SERVIR